Aeropuerto de París - Charles De Gaulle. 19/11/2010
Observo a un señor de alrededor de 50 años, rubio, bajo, vestido con un apretado jean de color gris plomo desvencijado; camisa de manga larga de cuadros en tonos azules y rojos y bufanda gris con rosa. Camina repetitivamente por el mismo pasillo, mirando aparentemente con mucho detalle la sala en la que nos encontramos esperando la salida de nuestro vuelo a Niza.
El personaje en cuestión tiene un detalle muy característico: las cicatrices visiblemente recientes de una cirugía estética para quitar unas cuantas arruguitas. Espero que la expresión que ha mantenido su "refrescado" rostro en los últimos 30 minutos no sea la que permanezca en su imagen, porque parece la de una persona totalmente descontenta con el mundo que le rodea.
Pasa frente a él un joven. Guapo (mucho). 25 años (muy joven). Mi objeto de observación le sigue atentamente el paso con la vista, lo mira, discreta pero firmemente, de arriba hacia abajo. Me pregunto si desea que nadie note las gruesas líneas rojas que se muestran justo detrás de sus orejas.
Mientras tanto, a mi lado izquierdo, una señora con todas las características de "europea" saca de su bolso un cambur que impregna el ambiente con su característico olor. Lo terrible es que debajo de esa cáscara lo que se esconde no es una fruta sino un puré con claros indicios de una próxima y segura podredumbre. Peor que todo lo anterior es que la señora lo devora en dos bocados!!
Paralelamente, a mi lado derecho se encuentra de pie una mujer muy alta, de esas que intimidan a cualquier latina de paseo por Europa. Siempre se ha hablado del glamour de la mujer francesa, pero nunca imaginé que el cabello color fucsia fuese una característica de elegancia.
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